A veces, menos es más

12.03.2025

Maquiavelo y yo aboga por un enfoque pragmático donde los líderes, utilizando la virtù (una combinación de astucia, habilidad y fuerza), se centren en mantener el estado y el orden, incluso si eso implica tomar decisiones que se desvían de los ideales morales convencionales. Para evitar caer en la utopía, Maquiavelo implícitamente sugiere priorizar el realismo sobre el idealismo, reconocer la naturaleza humana tal como es, y buscar la estabilidad como base fundamental, permitiendo así una gobernabilidad efectiva que no se vea paralizada por la búsqueda de ideales inalcanzables.

Los idealistas, al enfocarse en metas utópicas y principios morales rígidos, pueden descuidar las necesidades pragmáticas de mantener el orden y la estabilidad, que para Maquiavelo son primordiales para cualquier estado, incluso una democracia. Su visión pesimista de la naturaleza humana le hacía creer que confiar en que las personas actuarán consistentemente movidas por ideales es ingenuo y peligroso, ya que en la política, los intereses personales y la ambición a menudo prevalecen. En lugar de buscar la perfección utópica, 

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La elección como un fraude y una alegoría 

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Es un espectáculo que da la ilusión de participación popular, pero que en realidad está diseñado para legitimar el poder de una élite gobernante y canalizar el descontento popular de manera controlada. El príncipe ideal de Maquiavelo no busca el amor del pueblo como fin primordial, sino su aquiescencia y, sobre todo, evitar su odio. Las elecciones, en esta óptica, es una herramienta para lograr esta aquiescencia, creando una fachada de legitimidad democrática mientras se mantienen las riendas del poder firmemente en manos de unos pocos.

El pueblo, en su anhelo de significado y cambio, se aferra a estas sombras, creyendo que al elegir entre una sombra y otra, están ejerciendo su voluntad. Zaratustra, descendiendo de la montaña de la soledad y la sabiduría, observaría este frenesí con una sonrisa melancólica. Vería en el voto no la voz auténtica de un pueblo, sino un eco hueco en el vacío, una bella ceremonia sin sustancia real, donde la voluntad de poder no reside en la gente común, sino en aquellos que saben cómo manipular las sombras y proyectar las ilusiones más convincentes. Para Zaratustra, esta "voz del pueblo" no sería más que un murmullo insignificante en el desierto de la existencia, una distracción momentánea en el camino hacia la nada.


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